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Esa
persona que con toda delicadeza nos cuida en nuestra etapa de indecisión, nos
enseña con amor a valernos en la vida y nos levanta con dulzura ante cada
caída.
Esa
mujer, que no duerme cuando estamos mal, que vive en carne propia cada uno de
nuestros sufrimientos y que se alegra con cada alegría y logro nuestro… como si
fuera suyo.
Es la
mujer que está ahí, sin miramientos, sin egoísmos.
Es el amor de Dios hecho
mujer, el más sincero, el más puro. Que daría la vida por nosotros, si fuera
necesario. Siempre deseosa de hacernos bien, y aunque como ser humano pueda
equivocarse, nunca lo hace por maldad.
Es
el ser sublime con el que aprendemos el verdadero significado de la palabra
AMOR, CONTENCIÓN, ENTREGA, SINCERIDAD.
No
elegimos dónde nacer, nuestra madre tampoco nos elige, pero sea como sea que
venimos al mundo, para ella somos lo más sagrado, lo más sublime y lo más
hermoso.